
Te vas a la cafetería y compras un café, era de medio litro aunque muy bueno, en una columna ves asientos rodeandola, parecen más cómodos y te sientas, en ese momento miras el reloj, la noche ya comienza a ser pesada. Como me gusta bichear me dedico un ratito a mirar el contenido del aeropuerto y encuentro un reloj enorme que marca la hora, si, la hora de Londres. En ese momento quería morirme en realidad era una hora menos, Dios....
No me servia de nada leer, hablar, o mirar como los operarios limpiaban el aeropuerto, yo estaba obsesionada con los relojes, el mio y el de la pared. Llegue a estar tan bloqueada que no se me ocurrió cambiar la hora, seguía sin encontrar un sitio cómodo, fuera llovía ¡como no!, y dentro no pasaban las horas.
Hubo un momento sobre las 6 h. horario de Londres que conseguí dar una cabezada de unos diez minutos.
A las 7:30 h. nos marchamos a Munich, y a los 15 días estábamos otra vez en stansted. Esta vez veníamos de Salzburgo llegada a las 10:30 h. y volvíamos a Sevilla a las 17:30 h., total 7 h. en el aeropuerto, esta vez por la mañana.
Fuera no llovía, y nos acompañaban los cuervos, el transito de personas hacía que el tiempo pasara más deprisa, podías hablar sin temor a despertar al que tenias al lado y todo parecía diferente. Comimos unos sandwiches, que nos gustaron mucho. Paso el tiempo, llego la hora de nuestro vuelo y vuelta a casa.
Si vuelvo a quedarme en un aeropuerto toda la noche, tengo claro algunas cosas, cambiarle la hora al reloj si es necesario, no tomar medio litro de café “ por muy bueno que este”, no dar tantas vueltecitas en el aeropuerto para bichear, al fin y al cabo todos son iguales, colocarme cómodamente en el primer sitio que encuentre y de allí no moverme, aunque ese sitio sea el suelo.
Siempre se aprende algo, no fue una experiencia agradable, pero ahora al recordarla se me escapa una sonrisa.